Ayer estaba lloviendo. Nada fuera de lo común en una ciudad al sur del país. El día era especial y se sentía en el aire. Desperté con nervios y antes de la hora indicada. Salí de mi casa más temprano que lo acostumbrado. Es que hoy asistiría a un nacimiento, de ahí mi desperar espectante.
La lluvia no fue impedimento para llegar temprano a la Universidad, como todos los días, cuando faltan 20 minutos para las ocho de la mañana aquel bus amarillo me recogió. Llegué a destino.
Quería que aparecieras para poder hablar contigo y mostrarte lo contento y nervioso que estaba a la vez. No estabas en la red. Sé que estabas en tu casa, pero no quise molestar, sabía que la hora tope era las once de la mañana.
Dejé correr el tiempo. Alcanzó para muchas cosas, entrega de evaluaciones, revisión diaria de la prensa, charlar con algunos amigos y amigas, tomar un café conversado con una buena persona, conversar con viejísimos amigos, acordar un contrato de fútbol, comprar un par de chocolates y esperarte.
Eran 10 para las once de la mañana y sabía que ya venías. En la radio decían que en el Banco Estado del centro habían anunciado una bomba y la clase de diseño seguía como si nada pasara. Encuentros y reuniones de pasillo fueron lo siguiente.
A las once justa, tomé mis cosas y salí en tu búsqueda. Ahí venías con tu cara llena de risa, con los nervios ocultos bajo tu ropa lila y esa seguridad que te hace destacar. Apareciste de la nada y llegaste a buscarlo todo.
Con ternura tomaste mi mano y me besaste en los labios. Corría un fuerte viento, pero no arruinó el momento de la bienvenida. A lo lejos y a través de los filtros transparentes de aquellas viejas puertas de fierro miraban espectantes figuras humanas que eran testigos silenciosos de aquel momento.
De pronto, el primer llamado. Sin mirar te fuiste a una reunión flash, te agregaron datos que no habías considerado, pero lo manejaste con relativa calma.
Ya casi llegaba la hora. Me pediste que te acompañara al lugar del nacimiento, ahí fuimos. Y una a una fueron entrando las gladiadoras letradas a aquella sala reuniones que fue mudo testigo del destino ya fijado para ti. Por esas casualidades de la vida recordé que en esa misma sala había vivido dos momentos, uno bueno y uno malo.
Entraste y me dejaste tus nervios encargados para cuando te volviera a ver. Los guardé como un tesoro, pero muy dentro de mi sabía que todo saldría bien y que el nacimiento sería exitoso.
Me pasié por muchos lugares, pensé en todo lo que me cuentas, en todo lo que he compartido contigo y en todo lo que te mereces lo que estás viviendo.
Me acordé de la comida que tuvimos el domingo, donde te dije que todo iría bien y te recordé que eres buena en lo que haces. Te recordé que eres exitosa y te aseguré que después del nacimiento todo iría bien. Te di mi apoyo, te regalé mi confianza y me desprendí de mi osadía para regalártela a ti.
Poco a poco corría el tiempo y ya estaba seguro que el destino estaba escrito. Caminé al lugar señalado para el nacimiento. No era el único que esperaba con nervios, había otros que también esperaban, pero ninguno esperaba como yo.
De pronto, volviste a aparecer por un lapso fugaz. Ya la suerte estaba echada y sólo había que esperar. Volvieron a entrar a la sala de la gran mesa y ya todo se dio en forma natural. Naciste.
Fui testigo de tu nacimiento, fui testigo de como nacieron nuevas profesionales y ahí estabas, con esa sonrisa característica y mirándome como nunca lo habías hecho. Te acercaste me besaste me dijiste tu nota y yo sólo respondí "bien, bien", como queriendo guardar la emoción que asomaba por mi ojo izquierdo.
Las fotos eran un detalle, no se me olvida la postal maravillosa de esperarte en cuclillas y ver tu salida mientras me ponía de pie al lado de esa puerta de madera barnizada que daba algo de calor al frío día. Naciste... y yo estuve ahí.
Pasé toda la tarde contigo, compartimos como pocas veces lo podemos hacer. Nos reímos, jugamos y acariciamos. Te veías tan contenta. Tomamos champaña y brindamos por el nacimiento. Comimos torta y gozamos de la dulzura del triunfo que nos regalaste.
Con la llegada de la noche seguimos conversando como siempre lo hacemos cuando el sol ya no está. Seguí contemplando tu mirada y cada uno de tus gestos, todo es perfecto.
Y aquí estoy, a los pies de tu cama . Te veo dormir bajo un cobertor que cobija tus sueños y que te da el calor que a veces no te puedo dar. El brazo izquierdo se te cae de la cama y la televisón encendida, como monótona compañía, ilumina tu rostro de perversa tranquilidad.
Afuera llueve y en mi ojos también...
Fuiste la mejor noticia.
La lluvia no fue impedimento para llegar temprano a la Universidad, como todos los días, cuando faltan 20 minutos para las ocho de la mañana aquel bus amarillo me recogió. Llegué a destino.
Quería que aparecieras para poder hablar contigo y mostrarte lo contento y nervioso que estaba a la vez. No estabas en la red. Sé que estabas en tu casa, pero no quise molestar, sabía que la hora tope era las once de la mañana.
Dejé correr el tiempo. Alcanzó para muchas cosas, entrega de evaluaciones, revisión diaria de la prensa, charlar con algunos amigos y amigas, tomar un café conversado con una buena persona, conversar con viejísimos amigos, acordar un contrato de fútbol, comprar un par de chocolates y esperarte.
Eran 10 para las once de la mañana y sabía que ya venías. En la radio decían que en el Banco Estado del centro habían anunciado una bomba y la clase de diseño seguía como si nada pasara. Encuentros y reuniones de pasillo fueron lo siguiente.
A las once justa, tomé mis cosas y salí en tu búsqueda. Ahí venías con tu cara llena de risa, con los nervios ocultos bajo tu ropa lila y esa seguridad que te hace destacar. Apareciste de la nada y llegaste a buscarlo todo.
Con ternura tomaste mi mano y me besaste en los labios. Corría un fuerte viento, pero no arruinó el momento de la bienvenida. A lo lejos y a través de los filtros transparentes de aquellas viejas puertas de fierro miraban espectantes figuras humanas que eran testigos silenciosos de aquel momento.
De pronto, el primer llamado. Sin mirar te fuiste a una reunión flash, te agregaron datos que no habías considerado, pero lo manejaste con relativa calma.
Ya casi llegaba la hora. Me pediste que te acompañara al lugar del nacimiento, ahí fuimos. Y una a una fueron entrando las gladiadoras letradas a aquella sala reuniones que fue mudo testigo del destino ya fijado para ti. Por esas casualidades de la vida recordé que en esa misma sala había vivido dos momentos, uno bueno y uno malo.
Entraste y me dejaste tus nervios encargados para cuando te volviera a ver. Los guardé como un tesoro, pero muy dentro de mi sabía que todo saldría bien y que el nacimiento sería exitoso.
Me pasié por muchos lugares, pensé en todo lo que me cuentas, en todo lo que he compartido contigo y en todo lo que te mereces lo que estás viviendo.
Me acordé de la comida que tuvimos el domingo, donde te dije que todo iría bien y te recordé que eres buena en lo que haces. Te recordé que eres exitosa y te aseguré que después del nacimiento todo iría bien. Te di mi apoyo, te regalé mi confianza y me desprendí de mi osadía para regalártela a ti.
Poco a poco corría el tiempo y ya estaba seguro que el destino estaba escrito. Caminé al lugar señalado para el nacimiento. No era el único que esperaba con nervios, había otros que también esperaban, pero ninguno esperaba como yo.
De pronto, volviste a aparecer por un lapso fugaz. Ya la suerte estaba echada y sólo había que esperar. Volvieron a entrar a la sala de la gran mesa y ya todo se dio en forma natural. Naciste.
Fui testigo de tu nacimiento, fui testigo de como nacieron nuevas profesionales y ahí estabas, con esa sonrisa característica y mirándome como nunca lo habías hecho. Te acercaste me besaste me dijiste tu nota y yo sólo respondí "bien, bien", como queriendo guardar la emoción que asomaba por mi ojo izquierdo.
Las fotos eran un detalle, no se me olvida la postal maravillosa de esperarte en cuclillas y ver tu salida mientras me ponía de pie al lado de esa puerta de madera barnizada que daba algo de calor al frío día. Naciste... y yo estuve ahí.
Pasé toda la tarde contigo, compartimos como pocas veces lo podemos hacer. Nos reímos, jugamos y acariciamos. Te veías tan contenta. Tomamos champaña y brindamos por el nacimiento. Comimos torta y gozamos de la dulzura del triunfo que nos regalaste.
Con la llegada de la noche seguimos conversando como siempre lo hacemos cuando el sol ya no está. Seguí contemplando tu mirada y cada uno de tus gestos, todo es perfecto.
Y aquí estoy, a los pies de tu cama . Te veo dormir bajo un cobertor que cobija tus sueños y que te da el calor que a veces no te puedo dar. El brazo izquierdo se te cae de la cama y la televisón encendida, como monótona compañía, ilumina tu rostro de perversa tranquilidad.
Afuera llueve y en mi ojos también...
Fuiste la mejor noticia.